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EL CRÍTICO



CAPÍTULO 8:
EL HOMBRE MÁS QUE BICENTENARIO


Cada vez es más complicado encontrar un videoclub por aquí. De hecho, Nachete y yo hemos tenido que recorrer tres barrios distintos para alquilar todas las películas que hay sobre su mesa. Y os aseguro que la mayoría no eran calles a las que entrarías con gusto a partir del anochecer. En una de ellas, casi nos roban Jumanji y Flubber a punta de navaja. No sé si el atracador se ha apiadado del alma de Robin Williams, o ha asociado el aspecto pordiosero de Nachete a uno de los suyos, pero por fortuna ha salido corriendo antes de que yo pudiera sacar la cartera. «Toma dinero y alquila tú otra: hoy es un día para recordarle». Ése era mi plan.

Me alegra estar en el piso de Nachete. El halo mugriento de estudiante de segundo curso de alguna ingeniera siempre es mucho mejor que cualquier rincón de mi casa sin Lara; todo se me viene encima. Pero Nachete aún no sabe nada. La muerte de Robin Williams se ha impuesto a toda noticia que ni tan siquiera se atreva a ser más trascendental. No quiero ser yo quien le deje de priorizar.

Good Morning, Vietnam es la primera en nuestra meticulosa colección de sus mejores películas que nos convierten en mejores personas. Pero antes de que las ondas radiofónicas comiencen a darle problemas a Williams, lo suelto:

   —Se la ha llevado.
   —¿Qué? —pregunta, sin dejar de mirar al televisor.
   —Begoña se ha llevado a Lara.
   —Joder. Vaya mierda. —Nos quedamos callados, con Forest Whitaker de fondo—. ¡Primero Robin, y ahora esto! —Patea con fuerza la mesa—. ¿Necesitas… otra cerveza? ¿Más palomitas? ¿Quieres que pasemos directamente a Flubber?

Hace ademán de coger el mando del DVD, pero le detengo.

   —No, tranquilo. Primero Robin. Sigamos por orden.
   —Vale, tío.

De modo que, siguiendo la lista, salimos de Vietnam, nos enrolamos en el club más famoso de la Academia Welton a base de romper las páginas de los libros y con el carpe diem por bandera, y nos adentramos en la etapa más familiar de nuestro catálogo con Hook. El problema es que los Niños Perdidos me recuerdan a Lara; es mi niña perdida. Y el Peter Pan adulto que regresa a Nunca Jamás para rescatar a sus hijos, hurga en mi falta de voluntad para ir a la ciudad de al lado a recuperarla a ella. Begoña no tiene garfio porque no lo necesita para atacar.

La malgama de pensamientos nefastos en este día nefasto se agrava a cada película: con Señora Doubtfire mis responsabilidades paternas se ponen en tela de juicio, y me pierdo, creyendo haber descubierto algo.

   —Es posible que Sonia no esté diciendo toda la verdad —digo, ensimismado en mis suposiciones.
   —¿Quién es Sonia?
   —La compañera de Lara que fue agredida por Álvaro.
   —Ah. ¿Y quién es Álvaro?

«Bah. Da igual».

Recuerdo cómo Sonia nos miraba la otra noche. «Puede que fuera ella quien me empujara. Puede que su disfraz sea mucho más cruel que el de simpática niñera de Robin Williams».

A partir de ese momento, Patch Adams no me emociona demasiado, no presto atención a Will Hunting y obvio el discurso de graduación de Jack en Jack. Nachete se ve obligado a detener El hombre bicentenario cuando mis suspiros sobrepasan la velocidad límite regulada por la DGT.

   —Eh, tío, para —me pide, algo molesto—. Llevamos horas metidos aquí, estamos a punto de terminar el maratón, y no hay una puta secuencia en la que no te hayas lamentado por algo.
   —¿Qué? Pero, si apenas he hablado… —alego en mi entristecida defensa.
   —¡Exacto, joder! Somos críticos de cine; ¡se supone que tenemos potestad para rajar durante las películas! Interrumpir a los actores mejorando sus frases en los diálogos, recordar la filmografía de cada director, productor y script, y reírnos de los fallos de raccord a viva voz. Pero tú… Tú resoplas, te distraes y gimes. ¡Gimes, tío! ¡Gimes!
   —¿Y qué pretendes que haga? ¿Que critique las mejores películas de Robin Williams el mismo día de su muerte? —pregunto, ciertamente alterado.
   —¡No! Quiero que valores las mejores interpretaciones que nos ha brindado durante su vida. Me importa una mierda si las películas son buenas o malas.

Su tono de voz le delata afectado. El mío, abatido.

   —No puedo dejar de pensar en todos los problemas que tengo encima —digo.
   —Entonces, es que has olvidado disfrutar del cine —sentencia con brusquedad.

Y yo no le comprendo. «¿A qué viene esto?».

   —Tu última crítica positiva la escribiste en 2005 —asegura Nachete.
   —¿Y qué culpa tengo yo de que ahora sólo se haga mierda?
   —¡Toda! No sabes ver una película sin montarte las tuyas propias. —Intenta recular en silencio, arrepintiéndose, quizá, de esto último—. Sé que estás jodido, y que podrías estarlo las 24 horas del día, si no fuera porque duermes 3. Pero esto que estamos haciendo, precisamente, debería servir para evadirte de todo. Robin Williams no va delante de ti en mis prioridades, macho. Justamente, te he propuesto el plan para que te despejaras.
   —Pero, tú no sabías lo de Lara.
   —¿Y? ¡Venga ya! No hace falta ser estudiante de segundo curso de ninguna ingeniería para saber que cada semana te las arreglas para que pase algo nuevo. Además —añade más serio—, ¡qué coño! Robin Williams fue uno de mis actores favoritos desde pequeño. No pienso dejar que me estropees el final de El hombre bicentenario.

Agacho la cabeza, avergonzado, y entiendo que quiera que me vaya.

   —¿Necesitas… otra cerveza? —me dice entonces, tras golpearme bajo el hombro.

Levanto la mirada, y este cabrón barbudo que tengo por amigo sonríe presumiendo de haberme dado una lección gracias a Robin Williams. Ha dicho verdades como puños, y no tengo la suficiente fuerza como para contradecirle de manera orgullosa. Es probable que el 2005 coincida con el comienzo de la mala convivencia con la Bruja. Debería aprender a separar el trabajo de la vida social. Y me gustaría volver a ver una película como lo solía hacer antes, sin más preocupación que el porcentaje de pantalla que me pudiera tapar el peinado de la persona de delante. Si mi mundo se está desmoronando, que el cine me sirva de escudo. Que no caiga esa parte de mí que reconoce el verdadero séptimo Arte.

Pero, eh, tampoco voy a volver a lamentarme. Al menos, por hoy. Haré el esfuerzo. Robin Williams lo merece. Nachete, aún más. Con tal discurso, casi le ha faltado honrar la memoria del actor subiéndose a la mesa a grito de «¡Oh, capitán, mi capitán!», lo que debió de pensar todo el mundo al enterarse de la noticia.

Volveré a sentarme frente al maratón de tus mejores películas que nos convierten en mejores personas, esta vez con los cincos sentidos puestos en ello. Y no te ofendas si faltan mesas en el mundo a las que subirnos todos, porque tu talento y tu persona no pasarán desapercibidos: en nuestras risas serás más que bicentenario. 

Escrito por Fran Bailén.